Ricardo Ojeda Leos
Esta pandemia dejará muchas enseñanzas o esperanzas que aún tardaremos por descifrar. Decía Albert Einstein que en tiempos de crisis es cuando surgen las mejores oportunidades, sin embargo descubrirlas no es fácil y construirlas, mucho menos.
En un primer momento podemos apreciar que la tierra, es decir, la naturaleza es quien más se ha beneficiado del llamado coronavirus: los peces han podido vivir por un tiempo tranquilos en ríos y mares llevando a cabo su reproducción natural, las ballenas han regresado a lugares que ya no visitaban, formidables mamíferos que los humanos teníamos recluidos en la selva o en los montes, los hemos visto pasear por algunas ciudades, algunos cielos de las grandes urbes se han despejado un poco de la contaminación provocada por autos y fábricas que fueron obligados a parar, pero esa magnifica pausa poco a poco llega a su fin y el retorno de la voracidad humana parece inevitable. Ojalá que tanto gobiernos como ciudadanos logremos ver la oportunidad que significa respetar a la bien acertada y denominada “madre naturaleza” o de lo contrario, las futuras consecuencias de este tipo de eventos serán cada vez más desalentadoras.
Desde otros ángulos y en variedad de temáticas podremos aproximarnos a otras enseñanzas o esperanzas que nos deja este singular virus que paralizó al mundo, una resulta de particular interés: la de la convivencia social, esto es, ¿Seremos capaces, después de esta lección, de comprender el valor de la cercanía humana y el abrazo fraternal? ¿Podremos deshacernos de la avidez de la individualidad y pensar en el beneficio colectivo? En una palabra ¿De verdad saldremos mejores seres humanos? Una respuesta positiva a cuestionamientos de este tipo no es únicamente lo deseable sino el camino necesario para cambiar un futuro que está lleno de incertidumbres y para muestra, no un botón... un simple virus.
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