Ricardo Ojeda Leos
Dos meses después de este despertar social
a la fría realidad y que comenzó poco antes del 26 de septiembre con el “huelum”
politécnico y que se avivó precisamente con la desaparición de los 43
estudiantes normalistas de Ayotzinapa, así como por la ventilación de los ejecutados en Tlatlaya
a manos del ejército cuya atrocidad se pretendía esconder, y por el propio destape
que prosiguió de otros casos menos sangrientos pero igualmente grotescos como
el de la “Casa Blanca” de la primera dama, cuyo relato oficial resulta inverosímil a los ojos de una sociedad llena
de hartazgo de estas historias de corrupción e impunidad. Tras decenas de marchas con amplios
contingentes de la sociedad mexicana por todos los rincones del País exigiendo
justicia junto con el grito ignorado de forma artera por los medios oficialistas
de comunicación de “fuera Peña”, pero sin ser evitada su propagación por las
redes sociales. Las autoridades torpemente
han respondido con discursos amenazadores y regresivos, utilizando el pretexto
de la desestabilización de los años sesentas y han comenzado a reprimir la
protesta social bajo la máscara a la que han reducido el derecho, confinando a
manifestantes a penales de alta seguridad, acusándolos de cargos razonablemente
ridículos pero jurídicamente legales.
Muchas voces de periodistas, intelectuales,
políticos y de la sociedad en general, algunas críticas y otras siempre con sus
intereses muy enfocados, han salido a opinar y a dar ideas para zanjar estos
momentos de crisis social, llaman a la sensatez frente a la atmósfera de división,
rencor y violencia. Hallamos en este contexto, opiniones de todo tipo y hasta
contradictorias entre sí, sin embargo, dentro de esta ola ideas, parece surgir una
que es común y en la que la inmensa mayoría parece estar de acuerdo, la cual
reside en la importancia del papel que está jugando la sociedad y de la
necesidad de su participación decidida en la transformación.
Sin embargo, como todo movimiento social que se
alarga en el tiempo y en la complejidad que encierra, se encuentra en el peligro de diluirse, sobre
todo con la injerencia del ataque mediático que esconde y manipula la
información y el cual sigue hallando eco en amplios sectores sociales de clase
media, principalmente en aquellos que siguen considerando que el pago de impuestos
y su contribución con la creación de subempleos es suficiente para resolver
todos los males sociales, quienes comienzan a recriminar las manifestaciones
porque llegan a afectar a veces su libre tránsito sustentados en la endeble
idea de que ellos jamás tendrán motivo para protestar mientras cumplan con sus
contribuciones fiscales.
Por tal razón está motivado el título de esta
reflexión: la hora cero de la sociedad mexicana, porque este movimiento de
indignación social está entrando a una nueva etapa en donde la sociedad debe
repensar muy bien el paso siguiente, si no quiere que este despertar se
convierta en una quimera más venida a menos por el contraataque tanto de
autoridades y medios que entre sus apuestas están el desgaste, el olvido y la
desorganización.