Ricardo Ojeda Leos
Culminó la jornada electoral del
2 de junio de 2024 en México con el resultado más contundente que no pudieron
haber imaginado unos y otros. Ni los más optimistas de los partidarios de la
transformación hubieran imaginado la enorme confianza que a través del sufragio
les ratificó la sociedad mexicana, ni los más pesimistas de la oposición hubieran
imaginado el enorme rechazo que les propinó la misma.
No se trata aquí de abonar a la llamada
polarización social, porque, de alguna u otra manera, continuará, independientemente
de nuestros deseos, porque simplemente se trata en el fondo de ingredientes
necesarios en cualquier democracia. Las visiones ideológicas y políticas no son
temas fáciles de diluir aún en el fracaso, ni cualquier derrota de esa naturaleza
es fácil de digerir. Sin embargo, aún con esa complejidad que supone ese entramado
interno de subjetividad, es urgente y necesario, por ambas partes, una clara interpretación
del mandato social reflejado en las urnas: un gran error sería suponer que la
sociedad les proporciona un cheque en blanco a la coalición ganadora, o que siempre
castigará con el mismo látigo a los perdedores, es decir, los primeros deberán
aquilatar la formidable pero también enorme responsabilidad que les ha sido
depositada y trabajar en consecuencia y arduamente para ello; en tanto los
segundos, tendrán que reflexionar sobre sus fallidas estrategias políticas y
aceptar con modestia que no son poseedores incontrovertibles de la razón y que los
sufragantes mexicanos poseen mayoría de edad y tienen pensamiento propio.
El mandato en las urnas es muy claro
para propios y extraños: la continuidad de la llamada cuarta transformación, y
para ello, el sufragio también le ha suministrado mejores condiciones para llevar
a cabo todos sus objetivos, siendo pragmáticos, no tendría que haber excusas de
esta naturaleza para consolidar en este sexenio el proyecto político que inició
en 2018.
En medio de las pasiones que
suelen desbordarse en estos acontecimientos, no se puede pasar por alto otro trascendente
mandato de la sociedad mexicana y que es independiente de cualquier preferencia
política, una decisión que es mucho más que simbolismo y sí, un auténtico
triunfo de las mujeres en su lucha por la igualdad de género, una victoria que hasta
no hace mucho se antojaba imposible: llevar a la palestra más importante de la
función pública a la primera mujer presidenta en la historia de México. Mejores
tiempos parecen asomar para las mujeres mexicanas.
En conclusión, el mandato es claro
para los políticos en general, a quienes no les queda más camino que colocarse
a la altura de una sociedad que quiere ser bien representada y que es cada vez
más demandante, una sociedad mexicana que es difícil de engañar y que parece votar no en
consonancia con la propaganda o la publicidad, sino de acuerdo a sus propias subjetividades
e intereses.