Ricardo Ojeda Leos
Momentos aciagos vive el mundo, y específicamente nuestro país en este
primer mes del 2021: una cabalgante pandemia que parece no ceder y ante la cual
México sigue escalando peligrosamente en esas estadísticas que nadie envidia, a
pesar de los esfuerzos y las medidas no populares impuestas a los ciudadanos,
como lo son las de prevención e higiene, así como la extensión del
confinamiento y cierres intermitentes de la actividad económica, en donde la vacuna
surge como la gran esperanza que por la misma demanda mundial y las
complicaciones que conlleva el propio proceso logístico de vacunación, será progresivamente
lenta ; una guerra incesante de información y también de desinformación entre aquellos
medios de comunicación en antaño favorecidos por el sistema económico, hoy lógicamente
resentidos, y de puntillosos medios emergentes, sobre todo provenientes
de las redes sociales; una polarización en el ánimo social que no es, de
ninguna manera, reciente, sino característica de las últimas décadas y que era
matizada a modo por el espectro mediático al servicio de los gobiernos en turno
que envolvió a la opinión nacional durante muchos años, es decir, una
polarización que no deviene de un presunto discurso presidencial belicoso, sino
que tiene su fuente en las condiciones de desigualdad e injusticia social
entretejidas a los largo de las pasadas décadas y que con las nuevas políticas eminentemente
populares provoca ahora el encono de los que gozaban de grandes beneficios en tiempos pasados, quienes poseedores de un
gran poder económico y mediático mantienen a la sociedad en medio de un
bombardeo incesante que abona a la radicalización informativa; un proceso
electoral en puerta que en su esencia normal conlleva la lucha política por el
poder y con ello, sin duda, a la agudización del enfrentamiento de ideas y las
emociones; problemas de pérdida de
empleos por efecto de la misma pandemia aunque
ya con una parsimoniosa recuperación de los mismos; la ola de violencia que a
pesar de haber logrado detener la tendencia de crecimiento de los últimos años,
continúa lacerando a la sociedad; y en medio de todo esto, la enfermedad por
Covid 19 del primer mandatario, que afortunadamente parece que no pasará a mayores
pero de cuya salud depende todo un sistema político presidencialista
como el nuestro.
En momentos de tanta convulsión es menester detenerse y volver a reflexionar
con tranquilidad, sin la prisa por una respuesta inmediata y contestataria,
sobre lo alcanzado en estos dos años en medio de la pandemia y más allá de la misma. Vale la
pena hacer un ejercicio honesto de balance de logros y adeudos de un gobierno presuroso
por la transformación. Si bien el ciudadano común suele enredarse fácilmente
con las grandes cifras y estadísticas nacionales que matemáticamente suelen
interpretarse a modo de quien las emplea, quizá convendría hacerlo esta vez desde
la experiencia personal, desde el círculo cercano en el que nos desenvolvemos,
con nuestra familia, nuestros vecinos, alumnos, compañeros de trabajo etc.
Contrastar con la experiencia del pasado y realizar un balance real de cómo
estaríamos, cómo estamos, qué falta por hacer, si avanzamos o retrocedemos,
desde una perspectiva personal tangible sin la mediación profesional de los analistas
preferidos, tanto de los unos como de los otros, mismos que en su mayoría nos han
demostrado estar lejos de la objetividad y del desinterés.