Ricardo Ojeda Leos
Tal pareciera que el título de esta
breve reflexión condujera a un pleonasmo, sin embargo, cada vez se recalca más
en las discusiones tanto en el ciberespacio como en otros debates de diversos
temas que implican relaciones sociales, la diferencia entre mentir y engañar. El diccionario de la Real Academia Española en
su versión en línea, define que mentir
es “decir o manifestar lo contrario de lo que se sabe, cree o piensa”,
mientras que engañar es “hacer creer a alguien que algo falso es verdadero”.
Pareciera en un primer momento que ambas acciones son lo mismo, sin embargo en
la depuración natural que se hace del lenguaje a través del tiempo para
argumentar y explicar fenómenos y relaciones sociales cada vez más complejas, nos
conduce a ser mucho más agudos en las definiciones y a inferir lo que se
destaca en muchos círculos actuales de discusión, de tal suerte que mentir sería un acto que no necesariamente
implica afectar a otro, por ejemplo, se puede mentir estableciendo simplemente
ideas contrarias a las que se creen, aunque puedan ser falsas o no, como es el
caso de asegurar que cierta doctrina económica, como el liberalismo, es la mejor
forma de conducir la economía y la interrelaciones sociales de un país.
Mientras que engañar, implicaría necesariamente la intención de hacerle creer como
ideas verdaderas a otro, o a otros, para ser más precisos, ideas que el que lo
hace sabe de antemano que son falsas. Implica desde esta perspectiva un acto
doloso en contra de alguien y a favor de quien lo realiza.
Tanto en la vida cotidiana como
pública, la mentira es un común denominador, y en el mejor de los casos, el que
estuviera libre de mentira lanzaría su primera mentira al establecer que está
libre de ella. La mentira convive entre nosotros en todas nuestras relaciones y
simplemente muchas veces constituye algo así como el comodín que sirve para dar
fluidez al juego de la vida, más allá
de realizar un reproche moral se podría incluso aceptarla como fuente de
generación de discusión y debate. Mentir implica una acción personal que no
tiene como propósito hacer eco o lograr cierto consenso en los demás, el
mentiroso profiere la mentira para justificarse él mismo, en cambio el que
engaña no intenta únicamente justificarse, sino además busca hacerle creer su
verdad (que él sabe que es falsa) a los otros para conseguir un beneficio. El
mentir puede ser un acto hasta impensado y trastoca tintes de nuestra moral, en
tanto que el engaño es una acto alevoso premeditado y conlleva además en
esencia un elemento de perversión, esto es, el mentir es un asunto moral y el engañar es un problema ético.
El mentir, desde una alta
perspectiva moral, es simplemente incorrecto, pero se justifica per se, al existir su rostro más
desencarnado: el engaño. Se miente para hacer comer a un niño sus alimentos, para
que éste acepte ser inyectado, incluso para que se comporte adecuadamente con el
argumento de los reyes magos o santa claus; se engaña cuando el compromiso para
pagar una deuda se vence y no se realiza el pago, cuando se solicitan datos o
documentos para llevar a cabo algún
trámite y se utilizan para otros fines, cuando se solicita el voto con la
promesa de cumplir programas que no van a cumplirse…
En los tres últimos ejemplos
citados puede inferirse la premeditación de uno, el que engaña, y la afectación de un tercero, el engañado, con
un claro resultado a favor, por supuesto, del primero. Hasta aquí la reflexión,
para que el lector construya en estos tiempos de efervescencia política que
seguramente trascenderán hasta el 2018, sus propias deducciones.