lunes, 25 de septiembre de 2017

Septiembre de 2017: Los sismos y una nueva oportunidad

Ricardo Ojeda Leos

     La virtud no está en los extremos, sino en el justo medio. Cada vez que se producen acontecimientos como los movimientos telúricos en México, la máxima aristotélica parece resurgir sin aparente desgaste en el transcurso del tiempo. A la luz de reflexiones que se vuelven a desenterrar, tal como aquella de uno de nuestros tres premios nobel mexicanos, Octavio Paz, quien a raíz de los sismos de 1985 que impactaron a la hoy Ciudad de México, deliberaba “El temblor sacudió a México, y entre las ruinas apareció la verdadera cara de nuestro Pueblo: ¿la vieron los que están arriba?”, así como las de otros analistas políticos que nos decían que en ese año había surgido la sociedad civil, también hoy nos llegan a través de los medios masivos y de las redes sociales, enriquecedoras reflexiones de escritores, analistas y de mexicanos en general, que pueden escucharse y leerse gracias a las nuevas formas de comunicación, reflexiones que nos hacen estremecer al destacar el noble, solidario e inquebrantable espíritu que parecía dormido del pueblo mexicano. También es importante hacer notar, en contraste, el aparecimiento de otros cánceres que siguen dañando nuestro tejido social, como la rapiña, el atraco y el lucro político, que sin embargo, no logran eclipsar el gran espíritu de fraternidad que nos hace enorgullecer, mostrado por los mexicanos. 

La frase con la que inicia este trabajo que se suma a la de otras plumas que intentan darle rumbo al ánimo ciudadano resurgido, pretende destensar un poco las visiones extremas que si bien, como método, sirven para dilucidar posiciones, en el terreno práctico del quehacer político y la reconstrucción, poco ayudan. No es, tirando a la borda todo el sistema político de partidos construido en las últimas tres décadas, ni atando nuestro futuro únicamente a través de estos, como podremos canalizar, en una fuerza transformadora, la energía social irrumpida tras los sismos. Decía una de las mentes más brillantes que ha dado la humanidad, Einstein, que “la crisis es la mejor bendición que puede sucederle a personas y países porque la crisis trae progresos…Es en la crisis que nace la inventiva, los descubrimientos y las grandes estrategias”. Estamos entonces, ante una nueva oportunidad, un desafiante panorama que posibilita a los políticos y sus instituciones a flexibilizar anquilosados mecanismos que fluyen a contracorriente de la realidad social de la inmensa mayoría de los mexicanos: excesivos gastos de campaña de los partidos frente a los insuficientes fondos de ayuda social como en casos de los fenómenos sísmicos; grotescos gastos de publicidad gubernamental frente a una alarmante situación de inseguridad; insultantes sueldos de funcionarios y ministros frente a una inmensa mayoría de salarios en franco deterioro adquisitivo. No se trata de barrerlo todo e iniciar de cero, se trata de mirar con nuevos ojos la realidad, de aprender de la solidaridad arrancada en las catástrofes frente al egoísta individualismo de la vida ordinaria. Instaurar una nueva cotidianidad que acerque a gobernantes y gobernados, a patrones y empleados y reintegre los lazos intrafamiliares desvinculados por el muro falso de la tecnología. 

La llamada sociedad civil tiene la tarea de repensarse, dejar la apatía política, de participar de los problemas de los demás, de elegir libre y con voto reflexionado a sus gobernantes, y los políticos de reinventarse, de anteponer con honestidad el interés nacional sin demagogia ni clientelismo, de transitar juntos hacia un País que, no es el de hoy, el México que merecemos.

miércoles, 14 de junio de 2017

La mentira y el engaño político

Ricardo Ojeda Leos

Tal pareciera que el título de esta breve reflexión condujera a un pleonasmo, sin embargo, cada vez se recalca más en las discusiones tanto en el ciberespacio como en otros debates de diversos temas que implican relaciones sociales, la diferencia entre mentir y engañar.  El diccionario de la Real Academia Española en su versión en línea,  define que mentir es “decir o manifestar lo contrario de lo que se sabe, cree o piensa”, mientras que engañar es “hacer creer a alguien que algo falso es verdadero”. Pareciera en un primer momento que ambas acciones son lo mismo, sin embargo en la depuración natural que se hace del lenguaje a través del tiempo para argumentar y explicar fenómenos y relaciones sociales cada vez más complejas, nos conduce a ser mucho más agudos en las definiciones y a inferir lo que se destaca en muchos círculos actuales de discusión, de tal suerte que  mentir sería un acto que no necesariamente implica afectar a otro, por ejemplo, se puede mentir estableciendo simplemente ideas contrarias a las que se creen, aunque puedan ser falsas o no, como es el caso de asegurar que cierta doctrina económica, como el liberalismo, es la mejor forma de conducir la economía y la interrelaciones sociales de un país. Mientras que engañar, implicaría necesariamente la intención de hacerle creer como ideas verdaderas a otro, o a otros, para ser más precisos, ideas que el que lo hace sabe de antemano que son falsas. Implica desde esta perspectiva un acto doloso en contra de alguien y a favor de quien lo realiza.

Tanto en la vida cotidiana como pública, la mentira es un común denominador, y en el mejor de los casos, el que estuviera libre de mentira lanzaría su primera mentira al establecer que está libre de ella. La mentira convive entre nosotros en todas nuestras relaciones y simplemente muchas veces constituye algo así como el comodín que sirve para dar fluidez al juego de la vida, más allá de realizar un reproche moral se podría incluso aceptarla como fuente de generación de discusión y debate. Mentir implica una acción personal que no tiene como propósito hacer eco o lograr cierto consenso en los demás, el mentiroso profiere la mentira para justificarse él mismo, en cambio el que engaña no intenta únicamente justificarse, sino además busca hacerle creer su verdad (que él sabe que es falsa) a los otros para conseguir un beneficio. El mentir puede ser un acto hasta impensado y trastoca tintes de nuestra moral, en tanto que el engaño es una acto alevoso premeditado y conlleva además en esencia un elemento de perversión, esto es, el mentir es un asunto moral y el engañar es un problema ético.

El mentir, desde una alta perspectiva moral, es simplemente incorrecto, pero se justifica per se, al existir su rostro más desencarnado: el engaño. Se miente para hacer comer a un niño sus alimentos, para que éste acepte ser inyectado, incluso  para que se comporte adecuadamente con el argumento de los reyes magos o santa claus; se engaña cuando el compromiso para pagar una deuda se vence y no se realiza el pago, cuando se solicitan datos o documentos  para llevar a cabo algún trámite y se utilizan para otros fines, cuando se solicita el voto con la promesa de cumplir programas que no van a cumplirse…


En los tres últimos ejemplos citados puede inferirse la premeditación de uno, el que engaña,  y la afectación de un tercero, el engañado, con un claro resultado a favor, por supuesto, del primero. Hasta aquí la reflexión, para que el lector construya en estos tiempos de efervescencia política que seguramente trascenderán hasta el 2018, sus propias deducciones.

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