jueves, 18 de febrero de 2016

El poder de la palabra

Ricardo Ojeda Leos

Lo que mueve al mundo son las palabras, sin ellas la realidad social permanecería estática, de ahí la importancia del conocimiento y adecuada aplicación de ellas en cualquier ámbito de nuestra vida. Esta aseveración pareciera contrastar con la expresada por Victor Hugo, que señala  que “no hay nada más poderoso que una idea a la que le ha llegado su tiempo” , en el sentido de que no serían las palabras sino las ideas las que determinan el rumbo del mundo social, sin embargo a favor de la tesis enunciada en primera instancia, baste recordar lo que establece Vigotsky  en relación a la constitución del pensamiento, cuando menciona que la palabra no es tan sólo el medio de expresión del pensamiento sino que a la vez el pensamiento se constituye en la palabra, esto es, las palabras son los peldaños con los cuales se construye el  pensamiento. Sin las palabras resultaría imposible formular una idea, al menos en primera instancia, de esas complejas que se convierten en poderosas  cuando les llega su tiempo, como certeramente lo  establece el escritor Víctor Hugo. Porque quizá se podría cuestionar que podrían formularse ideas más simples sin la ayuda de las palabras, sin embargo el propio Jorge Luis Borges establecía, que cuando él había intentado sin saber con qué fortuna, escribir cuentos directos, jamás se atrevió a afirmar que fueran sencillos, porque “no hay en la tierra una sola página, una sola palabra, que lo sea, ya que todas postulan el universo, cuyo más notorio atributo es la complejidad.” 

          Los políticos conocen muy bien de la complejidad y del poder de las palabras, por eso sin escatimar invierten mucho tiempo en la redacción de sus discursos, por eso es típico que se rodeen de personas hábiles en el lenguaje y especialistas en el uso de eufemismos, porque lo que les interesa es posicionarse en el pensamiento de los ciudadanos y éstos aparte de algún otro tipo de interés que pudiera moverlos, es innegable que en una importante medida también se vean seducidos por el impacto de las palabras. El pensamiento de los políticos puede incluso viajar en sentido contrario a las palabras pronunciadas, porque éstos están al tanto de que pueden pensar a su albedrío pero no obstante tienen que concentrarse principalmente en lo que se enuncia, porque como lo mencionara Miguel Ángel Asturias: “del pensamiento se regresa, de la palabra no” y complementara con acierto Suárez-Iñiguez, “y de la acción menos”.

           Sin embargo, el cuidado y atención de las palabras, así como su consecuente impacto, no le  debe ser propio exclusivamente a los políticos, porque en el contexto profesional o laboral resulta inobjetable el peso específico de las palabras no únicamente para entablar una eficaz relación productiva sino también para propiciar un sano ambiente de trabajo con las personas con las cuales se interacciona; asimismo en cualquier otro ámbito de convivencia social o de interacción familiar, las palabras impactan más de lo que se pudiera imaginar, y seguramente muchas personas tendrán más de una anécdota en donde el uso apropiado o inadecuado de ellas les produjo una situación positiva o negativa al respecto.

          De acuerdo a la tesis de Sapir-Whorf,  el lenguaje -y con él- las palabras, actúan como una herramienta que no únicamente describe realidades, sino que también las crea, por lo que la palabra resulta en este contexto que además de ser una herramienta compleja construida por la especie humana  a través de miles de años y de constituir, sin duda alguna, su obra más importante, mucho más que  cualquier otra invención que se pudiera mencionar, sigue siendo asimismo, su principal motor de auto-transformación de la realidad. Es decir, la palabra se convierte en el instrumento que hace evolucionar y aleja al ser humano de su pasado animal ancestral.

          Por lo tanto, uno de los mejores aliados que el ser humano puede tener para su beneficio y propia transformación lo constituye la palabra. De ahí que cualquier esfuerzo encaminado a depurar el lenguaje personal y a enriquecerlo incorporando nuevos elementos lingüísticos nunca resultará de sobra aun cuando siempre termine siendo insuficiente.

           Como una manera de ofrecer un ejemplo nítido del poder de la palabra, vale la pena aprovechar la historia propia de México y recordar aquel pasaje de la Reforma lleno de vaivenes y confusiones en la Ciudad de Guadalajara en el momento en que entraba un destacamento de soldados sublevados dispuestos a fusilar a un grupo de aproximadamente ochenta personas recluidas en el Palacio, entre ellos al Presidente Juárez y a  muchos de los colaboradores de su gobierno, quien en esos dramáticos instantes, con inverosímil actitud y tranquilidad se posó frente al grupo de agresores que movían sus fusiles a la orden de: "¡Al hombro! ¡Presenten! Preparen! ¡ Apunten!...", a la par en que Don Guillermo Prieto, entonces ministro de Hacienda, y quien momentos antes había decidido regresar con el grupo que iba a ser sacrificado, se interpuso entre Juárez y los soldados, y apagando la orden detonadora de “fuego”, grito: "¡Levanten esas armas!, ¡levanten esas armas!, ¡los valientes no asesinan...!" a estas palabras le siguieron otras más que empoderaron al ministro de Hacienda al grado de desbaratar el peligro y sacudir emocionalmente a los agresores quienes se retiraron conmocionados, sucumbiendo ante la magia y el poder de las palabras pronunciadas, por quienes sus compañeros le llamarían a la postre, el salvador de la Reforma.

          Finalmente, a manera de corolario final y parafraseando a algunos de los autores mencionados, conviene señalar que hay que tener cuidado con lo que se piensa, pero más con lo que se dice y mucho más, por supuesto, con lo que se hace.

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