Ricardo Ojeda Leos
Lo que mueve al mundo son las palabras, sin ellas la
realidad social permanecería estática, de ahí la importancia del conocimiento y
adecuada aplicación de ellas en cualquier ámbito de nuestra vida. Esta
aseveración pareciera contrastar con la expresada por Victor Hugo, que
señala que “no hay nada más poderoso que
una idea a la que le ha llegado su tiempo” , en el sentido de que no serían las
palabras sino las ideas las que determinan el rumbo del mundo social, sin
embargo a favor de la tesis enunciada en primera instancia, baste recordar lo
que establece Vigotsky en relación a la
constitución del pensamiento, cuando menciona que la palabra no es tan sólo el
medio de expresión del pensamiento sino que a la vez el pensamiento se
constituye en la palabra, esto es, las palabras son los peldaños con los cuales
se construye el pensamiento. Sin las
palabras resultaría imposible formular una idea, al menos en primera instancia,
de esas complejas que se convierten en poderosas cuando les llega su tiempo, como certeramente
lo establece el escritor Víctor Hugo.
Porque quizá
se podría cuestionar que podrían formularse ideas más simples sin la ayuda de
las palabras, sin embargo el propio Jorge Luis Borges establecía, que cuando él
había intentado sin saber con qué fortuna, escribir cuentos directos, jamás se
atrevió a afirmar que fueran sencillos, porque “no hay en la tierra una sola
página, una sola palabra, que lo sea, ya que todas postulan el universo, cuyo
más notorio atributo es la complejidad.”
Los políticos conocen
muy bien de la complejidad y del poder de las palabras, por eso sin escatimar invierten
mucho tiempo en la redacción de sus discursos, por eso es típico que se rodeen
de personas hábiles en el lenguaje y especialistas en el uso de eufemismos,
porque lo que les interesa es posicionarse en el pensamiento de los ciudadanos
y éstos aparte de algún otro tipo de interés que pudiera moverlos, es innegable
que en una importante medida también se vean seducidos por el impacto de las
palabras. El pensamiento de los políticos puede incluso viajar en sentido contrario
a las palabras pronunciadas, porque éstos están al tanto de que pueden pensar a
su albedrío pero no obstante tienen que concentrarse principalmente en lo que
se enuncia, porque como lo mencionara Miguel Ángel Asturias: “del pensamiento
se regresa, de la palabra no” y complementara con acierto Suárez-Iñiguez, “y de
la acción menos”.
Sin
embargo, el cuidado y atención de las palabras, así como su consecuente impacto,
no le debe ser propio exclusivamente a
los políticos, porque en el contexto profesional o laboral resulta inobjetable
el peso específico de las palabras no únicamente para entablar una eficaz
relación productiva sino también para propiciar un sano ambiente de trabajo con
las personas con las cuales se interacciona; asimismo en cualquier otro ámbito
de convivencia social o de interacción familiar, las palabras impactan más de
lo que se pudiera imaginar, y seguramente muchas personas tendrán más de una
anécdota en donde el uso apropiado o inadecuado de ellas les produjo una
situación positiva o negativa al respecto.
De acuerdo a la tesis
de Sapir-Whorf, el lenguaje -y con él-
las palabras, actúan como una herramienta que no únicamente describe
realidades, sino que también las crea, por lo que la palabra resulta en este
contexto que además de ser una herramienta compleja construida por la especie
humana a través de miles de años y de
constituir, sin duda alguna, su obra más importante, mucho más que cualquier otra invención que se pudiera mencionar,
sigue siendo asimismo, su principal motor de auto-transformación de la realidad.
Es decir, la palabra se convierte en el instrumento que hace evolucionar y
aleja al ser humano de su pasado animal ancestral.
Por lo tanto, uno de los mejores aliados que el ser humano puede
tener para su beneficio y propia transformación lo constituye la
palabra. De ahí que cualquier esfuerzo encaminado a depurar el lenguaje
personal y a enriquecerlo incorporando nuevos elementos lingüísticos nunca
resultará de sobra aun cuando siempre termine siendo insuficiente.
Como una manera de ofrecer un ejemplo nítido del poder
de la palabra, vale la pena aprovechar la historia propia de México y recordar aquel
pasaje de la Reforma lleno de vaivenes y confusiones en la Ciudad de
Guadalajara en el momento en que entraba un destacamento de soldados sublevados
dispuestos a fusilar a un grupo de aproximadamente ochenta personas recluidas
en el Palacio, entre ellos al Presidente Juárez y a muchos de los colaboradores de su gobierno,
quien en esos dramáticos instantes, con inverosímil actitud y tranquilidad se
posó frente al grupo de agresores que movían sus fusiles a la orden de: "¡Al
hombro! ¡Presenten! Preparen! ¡ Apunten!...", a la par en que Don Guillermo Prieto, entonces
ministro de Hacienda, y quien momentos antes había decidido regresar con el
grupo que iba a ser sacrificado, se interpuso entre Juárez y los soldados, y
apagando la orden detonadora de “fuego”, grito: "¡Levanten esas armas!, ¡levanten esas armas!, ¡los
valientes no asesinan...!" a estas palabras le siguieron otras más que
empoderaron al ministro de Hacienda al grado de desbaratar el peligro y sacudir
emocionalmente a los agresores quienes se retiraron conmocionados, sucumbiendo ante
la magia y el poder de las palabras pronunciadas, por quienes sus compañeros le
llamarían a la postre, el salvador de la Reforma.
Finalmente, a manera de corolario final y
parafraseando a algunos de los autores mencionados, conviene señalar que hay que
tener cuidado con lo que se piensa, pero más con lo que se dice y mucho más,
por supuesto, con lo que se hace.